jueves, 25 de noviembre de 2010

DÍA INTERNACIONAL CONTRA LA VIOLENCIA DE GÉNERO


Y tú, ¿hablarás,
verás, oirás?

Pedro Jesús Plaza González
 

Antena 3 les ofrece una  noticia de última hora: una tragedia tantas veces conocida  se ha vuelto a repetir en Girona, Barcelona. Mariela Valdés  de veintisiete años ha muerto a manos de su expareja. El presunto asesino la apuñaló once veces en plena calle y después se dio a la fuga. El hombre de treinta años está en busca y captura. Con ésta, son setenta y cuatro las víctimas de la violencia de género en lo que va de año, y este número sólo pertenece a España...
 
Otra pobre chica más. Otra persona inocente tratada cual burdo animal. Otra familia destrozada, completamente hecha añicos. Otro inmundo asesino que escapa sin remordimiento alguno en su depravada conciencia. Todos hemos oído tantas veces noticias de este tipo que, aunque sea muy duro y cueste admitirlo es así, ya lo contemplamos como algo normal en el día a día. Yo, infantilmente le pregunto a mi alma: ¿Es esto justo? La respuesta bien clara y sencilla me retumba en los tímpanos, un rotundo y mayúsculo NO.
 
Aun siendo esto tan terrible y desolador, tal vez no sea lo peor. Considero lo siguiente: ¿Qué me dicen a mí realmente estas palabras? Un nombre desconocido y un número acrecentado. Pero, ¿quiénes eran verdaderamente estas chicas? ¿Qué les gustaba hacer? ¿En qué trabajaban? ¿Cuántos hijos tenían? ¿Qué cenaron la noche antes de morir? ¿Por qué han sufrido tan injusta muerte? Las preguntas se me quedan en el aire, sin respuestas, y la boca sin aliento. ¿Dónde se han perdido el rostro y la persona de estas víctimas? Inevitablemente en el gélido dolor del olvido. En homenaje a estas pobres mujeres derramo algunas lágrimas y les regalo unos versos alados.


¿Cuál fue vuestro crimen, para recibir tan implacable castigo?
¿Por qué creyéndose más que nadie, se coronó como vuestro asesino?
¿Quién le dio la rabia, la fuerza, el poder sobre vuestra voluntad?
¿Por qué no visteis, hablasteis, oísteis? ¿Qué razón hubo para callar?
Decidme, dadme, arrojadme una palabra. A las mías les cuesta incluso respirar.


Ahora retomo de nuevo mi conciencia abrupta, y sin quererlo rememoro una vieja historia, la de los tres monos sabios. Aquellos, los famosos de no ver, no hablar, no oír.

Cuentan las antiguas lenguas chinas que hubo una vez tres enviados divinos de los Dioses en la Tierra. El cometido de éstos era delatar las malas obras de los humanos, e imponerles un castigo. Curiosamente, estos enviados eran tres monos, Kikazaru, Mizaru e Iwazaru, y cada uno de ellos poseía dos virtudes y un único defecto. En el siguiente orden, actuaban conjuntamente los tres sabios:

Kikazaru, el mono sordo, era el encargado de utilizar el sentido de la vista para observar a todo aquel que realizaba malas acciones, para luego comunicárselo a Mizaru mediante la voz.

Mizaru era el mono ciego. No necesitaba el sentido de la vista, puesto que se encargaba de llevar los mensajes que le contaba Kikazaru hasta el tercer mono, Iwazaru.

Iwazaru era mudo. Éste, que escuchaba los mensajes transmitidos por Mizaru decidía la pena de los Dioses que caería sobre el desafortunado, y observaba que así se cumpliese.

Los monos sabios han sido representados infinidad de veces, pero siempre con las manos cubriendo el sentido del que carecían. Tapando los ojos, la boca y las orejas respectivamente. Ésta es la historia.

Gracias a este cuento aparece una nueva idea, un lema para las masas en mi cabeza: ANTE LA VIOLENCIA DE GÉNERO, VER, HABLAR, OÍR. Es decir, si ves a alguien maltratar a una chica, habla pronto. Si oyes a una chica pedir auxilio, corre presto y ayúdala. Si eres una mujer maltratada, díselo rápido a cualquier persona. Pero hay una duda que me corrompe: ¿Todos tendremos suficiente valía para actuar? Si vemos a una chica en apuros, ¿la ayudaremos así, sin más? ¿O quizás nos dará pánico?

Básicamente estos son mis pensamientos y reflexiones, frutos de algo que hace unos meses me sucedió. ¿Quieren saberlo? Espero que sí, no quisiera que estas palabras que con tanto esfuerzo escribo cayesen en saco roto y vacío.

La noche estaba cernida sobre mi pueblo, Alhaurín de la Torre. Como tantas otras noches me encontraba cenando con mi hermano pequeño y mis padres. Si mal no recuerdo, por aquel entonces yo tendría unos dieciséis años. Casualmente en el noticiero de la noche hacían referencia a las numerosas muertes causadas por la violencia de género, por el machismo. Yo, sin darme cuenta me repateaba en mi propio despecho por esas insufribles personas conocidas como maltratadores. De repente, y sin previo aviso un grito grave, potente y feroz hizo acto de presencia desde la calle.

- ¡Serás mal nacida! ¿Cómo te atreves estúpida? ¡¡Ven acá!! –el grito era audible en todo mi bloque, y, a juzgar por el acento, el individuo que lo profería debía de ser venezolano. Después, pude oír un golpe seco y duro, a continuación un silencio ensordecedor.

Mi padre y yo nos apresuramos a abrir la puerta de casa, y luego bajamos rápido las escaleras. Al salir al portal nos encontramos con el cuerpo de una mujer joven semidesnuda y con el rostro ensangrentado. Junto a la chica había un hombre alto y corpulento, de tez morena pero ojos cálidos y en apariencia amables. En sus manos poseía la prueba que le delataba, sangre y cabellos de la chica a la que acababa de apalear sin razón alguna. Mi padre, valiente y honrado en esta ocasión se acercó al hombre y le dijo:

- ¿Qué has hecho?

- Nada que a ti te importe, aparta –respondió. En vista de que mi padre no se movía ni un ápice le propinó un puñetazo en la cara.

Las venas y el corazón comenzaron a hervirme, y no pude contener el impulso de ver a mi padre en el suelo y a una chica maltratada. Envestí a ese hombre consiguiendo, por increíble que parezca tumbarlo, claro que, en respuesta él se levantó a los pocos segundos y empezó a patearme. Después de esto, no recuerdo nada más hasta mi despertar en el hospital provincial.

Días más tardes me informaron de que minutos posteriores a aquello llegó la policía, y de que gracias a la valerosa pero un tanto patética actuación mía y de mi padre logramos salvar a la chica. Ambos nos sentimos orgullosos de haber ayudado, las heridas eran lo de menos para nosotros, nos sentíamos felices. Esto fue lo que me ocurrió. Ésta es mi propia historia de la que me enorgullezco.

A veces me preguntan si lo volvería hacer, y siempre respondo sí sin dudarlo. ¿Saben lo más curioso? Hace unos meses que comencé una relación formal con aquella chica, supongo que ha sido mi premio. Pero por mucho que yo haga, jamás será suficiente si no actuamos todos en contra de la violencia de género. Por eso, con estas palabras hago un llamamiento a la multitud, unidos venceremos a este mal social que nos atañe, ¿no lo creen?

Deseo que mis palabras puedan lograr al menos una milésima parte de lo que espero. Deseo no escuchar más noticias sobre maltrato. Deseo un mundo mejor para todos, sin distinción de raza, sexo, procedencia, religión… No lo olviden, ante la violencia de género, ver, hablar, oír.